VIERNES 15, 02:15 A.M.
Casi en el duermevela, en esa frontera esquiva que separa la realidad del sueño, un sonido fuerte y seco le hace saltar de la cama y correr al cuarto de baño. En el suelo, boca arriba se encuentra su marido, los ojos en blanco, la cara sin color. La quietud inquietante del cuerpo derribado le provoca una subida de adrenalina que le impulsa a actuar con una rapidez que a ella misma le sorprende: le arroja agua fría a la cara, le levanta las piernas, le palpa el pulso en el cuello mientras oye los gritos de su hijo que llama a su padre una y otra vez, con la voz que forja la angustia cuando se mezcla con la impotencia.
-Llama al 112- le grita fuera de sí al muchacho. Se siente presa de una inquietud que le obnubila la mente, no sabe ya qué hacer.
Él ha abierto los ojos un momento y emite un ronquido fuerte y profundo que le hace temer lo peor, los ojos vuelven a cerrarse, ella se lo intenta impedir en todo momento.
El tiempo que transcurre hasta que llega la ambulancia no logra digerirlo, se le atraganta y le hace una bola en el estómago. No sabe ya qué siente, sólo desesperación y miedo. Miedo a perderle, a que se le vaya detrás de ese hilo frágil que conecta la vida con la muerte. Se ha dado un fuerte golpe en la cabeza, podría entrar en coma si le deja dormirse, lo único que él parece desear a toda costa.
Ahora él abre de nuevo los ojos y empieza a sacudirse en violentas arcadas. Con la ayuda de su hijo logran ponerle de lado para impedir que se ahogue. Al fin llega ese batallón de seres admirables vestidos de rojo y sólo verlos aparecer, hacen que el color vuelva a sus mejillas. Ahora ellos sabrán cómo actuar, tomarán las decisiones.
Acuerdan trasladarlo al hospital, se ha dado un fuerte golpe en la cabeza y ha vomitado, tendrán que hacerle pruebas...
Todavía no sabe cómo logra vestirse, coger algo de ropa para el hospital, no sabe cuánto tiempo durará la estancia, no sabe nada, se siente agitada, presa de la ansiedad.
Su hijo conduce el coche que sigue a la ambulancia, le sorprende su entereza, su serenidad de persona adulta que ha sabido sobreponerse a una situación cargada de angustia e incertidumbre. La ambulancia por momentos va demasiado despacio, o demasiado deprisa y ella no sabe por qué, si es porque está muy mal, o porque ya ha ocurrido lo peor. Piensa que no lo va a poder resistir, que se volverá loca.
Llegan al hospital y él desaparece en una camilla detrás de una puerta que ella no puede franquear, tendrán que esperar en la sala de Urgencias hasta que les llamen por los altavoces y les proporcionen alguna información. Son las tres y media de la madrugada.
Los asientos de la sala de espera son lo más incómodo en lo que ella recuerda haberse sentado, parece que estuvieran diseñados para acrecentar la incomodidad y la frialdad de esa sala inhóspita. Junto a ellos hay dos mujeres más con el miedo y la angustia pintada en la cara, les sirven de espejo en el que pueden descubrir sus mismas emociones. El tiempo parece que no pasa y no saben ya cómo ponerse, según avanza la noche la incertidumbre, el sueño y el cansancio les irán dejando sin fuerzas y abatidos.
A las siete de la mañana por fin les llaman y una doctora amable les barre de golpe el sufrimiento de la cara: las pruebas que le han realizado parece que descartan que se trate de algo grave, aún así conviene tenerle en observación y esperar el informe definitivo del escaner y la opinión del radiólogo. Al parecer el paciente ha sufrido un síncope vasovagal producido por una bajada brusca de tensión que le ha provocado una pérdida de consciencia responsable de la caída y la conmoción craneal sufrida. Afortunádmente el traumatismo no ha dañado ninguna zona importante del cerebro, así que lo más probable es que no tenga ninguna consecuencia relevante.
A la una del mediodía llega su hija a la que avisó de lo que le había ocurrido a su padre y que no perdió un segundo en coger un taxi para reunirse con ella en el hospital. Les anuncian que en pocos minutos podrán verle y saber si le ingresan o le dan el alta.
Atraviesa la puerta que accede a los boxes y recorre un pasillo. Un guardia de seguridad que la encuentra confundida y desorientada le indica con amabilidad el camino. De improviso, suena el móvil y se encuentra con su nombre en la pantalla, es él que la llama...Todo indica que podrán marcharse a casa.
Sin saber cómo le viene a la memoria un texto que escribió su hijo en el colegio con ocho años, la profesora la llamó para leérselo: "La vida es un hilo por el que descendemos creciendo..." Ella sólo desea que ese hilo no se rompa.