miércoles, 26 de agosto de 2009

PRAGA


Ahora casi no puedo creer que, hace apenas tres días, me encontrase sentada en un banco a orillas del Moldava. Recibiendo en la piel la caricia de un viento suave que traía ya resonancias otoñales, que poco a poco irán vistiendo los castaños y los álamos de tonalidades doradas, ocres y amarillas.

Si hay ciudades capaces de provocar el llamado síndrome de Stendhal, una de ellas es Praga. Sobre los dos márgenes del Moldava, sobre sus calles y sus colinas, sobre sus inmensos parques, te asalta la belleza por todas partes.

Apareció la ciudad al doblar un recodo de la autovía que nos traía del aeropuerto, el inmenso río y sus puentes, como lazos que unen ambas orillas, y la luz del mediodía brincaba sobre las aguas y las teñía de un azul plata que no se dejaba mirar, y había que entornar los ojos para poder contemplarlo. Sobre una colina veías cabalgar sobre el río el inmenso castillo y todas las torres del mundo parecía que se habían citado para apuntalar un cielo azul inmenso.

En Praga el protagonista absoluto es el río y después la piedra. Piedra antigua y renegrida que ha aguantado todas las lluvias y las crecidas de un río, que sin embargo, la ama y la respeta. El tiempo está detenido en la Plaza de la Ciudad Vieja, en el barrio judío, en el Puente de Carlos y en las callejuelas de Mala Strana. Y la música brota en cada esquina, en cada plaza y sale de las iglesias y se confunde con la gente. El Puente de Carlos es una torre de Babel en la que se mezclan todas las culturas, y por la noche las bandas de Jazz se hacen un hueco entre los santos, y la noche huele a humo de marihuana y a café, y el sonido de las barcazas que cruzan el río van meciendo los sueños de los que han llegado a la ciudad para descubrir sus misterios y sus leyendas: como la de San Juan Nepuceno y la del príncipe Wenceslao, en la catedral de San Vito.

Desde el castillo, Praga es una colcha de retales tendida al sol, y hasta donde alcanza la vista el Moldava extiende sus brazos amorosos formando pequeñas islas. Tomar una cerveza y dejar discurrir el tiempo sin más pasatiempo que contemplar este río, ha sido un placer que recomiendo a cualquier amante de la contemplación. En esta ciudad por suerte nadie tiene prisa, ni es amante del ruído. Los coches no son los dueños de las calles y la oferta de transporte público es amplia y generosa. El tiempo adquiere otra dimensión y se estira como una madeja de lana callejeando y dejándote sorprender en sus rincones. El arte y la Historia impregnan la vida cotidiana y te ofrecen conciertos por la calle como aquí entradas para los toros.


No resulta fácil abandonar Praga. Dejar atrás el río y los atardeceres que irrumpen en el cielo como fuegos artificiales y que te dejan después el alma empapada de nostalgia antes de haberte ido, porque nunca sabes si podrás volver alguna vez.

viernes, 14 de agosto de 2009

¿ HAY ALGUIEN AHÍ ?


Hoy me he asomado a esta ventana sin saber muy bien como anda el patio. Me imagino que la mayoría se manejará dentro de esa intermitencia que dan los meses de verano: unos se van, otros llegan...Yo misma llevo en Madrid dos semanas, pero el próximo Jueves, si no hay nada que lo impida, viajaré hacia una de mis ciudades soñadas: PRAGA.
Hace mucho tiempo que deseo llegar hasta ella y, en estos últimos años,por unas circunstancias o por otras, al final no he podido ir. Este año, por razones que sería muy largo exponer, me hace más ilusión que nunca hacer este viaje. Hay que aprovechar las ocasiones cuando se presentan, porque nunca sabes si vas a volver a tener esa oportunidad.
Espero a la vuelta poderos contar muchas cosas, aunque van a ser pocos días, cuando uno viaja a otros países, parece que el tiempo se dilata y sientes a la vuelta que ha pasado mucho tiempo.
Antes de que Septiembre me haga caer bruscamente en la realidad que nos aguarda, me apetece mucho quemar ese último cartucho de aventura y descubrimiento.
Mi cariño para tod@s

domingo, 2 de agosto de 2009

VIAJAR



Y de nuevo en casa. Si hay algo verdaderamente bueno en el hecho de alejarse de tu hogar, es la posibilidad de volver. Sobre todo cuando se han pasado más de quince días en una casa ajena, a la que te unen vínculos antiguos y a la que de vez en cuando gusta volver y comprobar que todo sigue igual que la última vez.

Lo maravilloso de recorrer la península de Sur a Norte es apreciar en directo su increíble variedad de paisajes, físicos y humanos. La primera parte del mes julio la pasé en el Sur, tengo familia en esas tierras y nunca deja de sorprenderme la luz, la magia y la alegría que se respira en sus pueblos blancos, con el olor de los jazmines y el colorido de las buganvillas que trepan en las paredes encaladas. Fueron días de mar y arena, de paz y silencio, de dejar pasar el tiempo sin tener consciencia de que se te escapa.

Con una breve escala en Madrid de pocos días, de nuevo la marcha. Esta vez rumbo al Norte. Según vas subiendo por el mapa te vas dando cuenta de cómo va cambiando la luz. Al pasar los puertos de La Canda y El Padornelo, que hacen de barrera natural entre Castilla y Galicia, se puede percibir que hay una disminución de su intensidad, a la inversa de lo que ocurre cuando hacia el Sur, cruzas Despeñaperros. Atrás quedan los inmensos cielos castellanos, las ásperas llanuras de oro, apenas salpicadas por colinas y mansos rios que ponen alguna nota de verdor en el aire recalentado de la tarde. Llegar a Galicia es un contraste brutal. El cielo gallego tiene notas de azul cobalto, y casi siempre se disputa el terreno con las nubes. En Galicia el partido lo gana el verde. Todas las tonalidades del verde: el de los robles, el de los castaños y los nogales, que son sus árboles autóctonos,pero también de los pinos y los eucaliptos. El azul también se hace presente en sus costas, es asombroso como entra y sale de la tierra en sus Rías, como culebrea a lo largo del paisaje en la infinidad de ríos que la recorren. La belleza te espera en todas partes, en la costa o en el interior, no sabes con qué paisaje quedarte. Yo me quedo con todos.

En Galicia todo el mundo habla del tiempo porque nunca sabes el que de verdad va a hacer. Da igual que veas los telediarios, o lo mires en el periódico, por la mañana al subir la persiana nunca sabes con lo que te vas a encontrar. He pasado de todo en Galicia estos días, menos calor. Era muy curioso ir por la calle, o a la ribera del río, buscando el sol sabiendo que estábamos en julio, cuando todo a tu alrededor se asemejaba a esos primeros días del otoño en los que ya hace falta ponerse una chaqueta. Y ha llovido. En algunos momentos de manera torrencial y luego bajaba el agua por las calles empinadas, mojándote los zapatos hasta encharcarlos y en algunos momentos llegabas a pensar que te iba a hacer falta una piragua. Por la tarde volvía a salir el sol y entonces todo relucía como si fuera nuevo y estuviera por estrenar. Han sido días para reencontrarse con el pasado, con familiares y amigos y también con el río y los paseos por sus riberas, con lugares amados que siguen allí y que no altera el paso del tiempo. Hay una dulce nostalgia en su cielo indefinido. El cielo que siempre te espera.