En este mes de abril se han celebrado los cien años de la calle más emblemática de mi ciudad: LA GRAN VÍA.
La memoria de los habitantes de esta ciudad conservará distintas imágenes, recuerdos, olores, sonidos,porque las ciudades nunca son las mismas para cada uno de sus habitantes, pero para mí siempre será la calle lejana a la que, cada cierto tiempo, acudíamos con mi madre como si se tratase de un día de fiesta, realizando un largo viaje, desde lo que era casi un pueblo, a una gran ciudad.
Un autobús de dos pisos nos llevaba desde nuestro barrio, a la desaparecida RED DE SAN LUÍS, que era uno de los primeros diseños de lo que en el futuro sería un intercambiador de autobuses,que se encontraba situado frente a la calle MONTERA. Entonces ésta era la calle de las zapaterías y no el gran prostíbulo callejero en que se convirtió más adelante.
El viaje en autobús constituía en sí mismo un acontecimiento. Procurábamos encontrar asiento en la parte de arriba, donde el panorama que se nos ofrecía de la ciudad era como si la estuviésemos sobrevolando. Mi madre aprovechaba estos recorridos para enseñarnos la ciudad en la que había vivido desde los catorce años y, además de irnos diciendo los nombres de las calles, también nos iba contando los acontecimientos significativos que en cada una de ellas se habían producido.
Me llamaba mucho la atención que casi siempre había algún momento en el que el autobús se llevaba por delante alguna rama de acacia al doblar alguna curva, sobre todo en la calle MIGUEL ANGEL, donde los árboles casi se tocaban, creando zonas de umbría que se agradecían, sobre todo en los calurosos meses del verano madrileño. Al finalizar el trayecto, nos bajábamos del autobús, dejando atrás el anuncio de Profidén que me había entretenido también a lo largo del viaje, y echábamos a andar por LA GRAN VÍA en busca de aquellas oportunidades, aquellas rebajas de Sepu, de Galerías Preciados, antes de que este comercio fuera engullido por El Corte Inglés.
Después de las compras, mi madre casi siempre nos invitaba a desayunar en una cafetería, o en situaciones muy especiales, a ver una sesión matinal de cine, como aquella vez en que mi padre se encontraba de viaje y fuimos a ver "La Bella Durmiente".
Mientras recorríamos la calle de arriba abajo, también nos iba contando sus recuerdos, su impresión al llegar a Madrid siendo una adolescente, y lo que supuso para ella encontrarse con una cidad con tantos estímulos, y nos señalaba los teatros, los cines y los lugares a donde acudía a los conciertos con sus padres y ya nos intercalaba una ausencia, un lugar que en su juventud había sido un café y ahora era un banco u otro establecimiento.
LA GRAN VIA, la hermana gemela de la calle ALCALÁ, es también la zona de las grandes manifestaciones de la democracia y de los últimos años del franquismo, por ella volaban las pelotas de goma y los botes de humo que lanzaba la policía para disolver concentraciones humanas que sabías como empezaban, pero nunca cómo iban a acabar.
Esa calle que celebra ahora su centenario, guarda bajo su actual pavimento las huellas de mis abuelos, de mis padres que la recorrían en sus paseos agarrados del brazo, esa calle que nunca consintió en llamarse Avenida de Jose Antonio, que ha sufrido múltiples cambios y mutilaciones, que consiguió sobrevivir a una guerra y sus bombardeos, guarda también mi asombro de niña, la expectación contenida ante una jornada de fiesta.