martes, 26 de enero de 2010

SIN TIEMPO







Ha llegado el momento

de no mirar atrás.

Que ni una sola lágrima

brote de los ojos de agua.

Sin tiempo

sin hora

sin demora.

domingo, 17 de enero de 2010

HAITÍ


Cada cierto tiempo nuestro planeta Tierra parece revolverse contra los seres vivos que la poblamos, pero no siempre las consecuencias de las llamadas CATÁSTROFES NATURALES, suelen ser las mismas en los distintos lugares donde se producen. No es lo mismo un terremoto en Japón, en Estambul, que en una pequeña isla del Caribe en la que la gente se hacina en viviendas infrahumanas, que no están preparadas para soportar los huracanes y mucho menos los terremotos.

Lo que ha ocurrido en Haití es algo más que una tragedia. El terromoto sólo ha destapado las miserias del país más pobre de Ámerica, enseñándonos la versión más terrible del horror.

No voy a contar aquí los detalles de todo lo que ha ocurrido en este país desde que la tierra tembló y lo redujo a escombros y ceniza. Todos lo hemos seguido estos días a través de los medios de comunicación. Es indignante, una vez más, que los fotógrafos y periodistas se presentasen antes en el lugar de la tragedia, que la ayuda humanitaria. Esto nos da la medida de lo que verdaderamente importa en este mundo, que se reduce muchas veces a sacar partido de la desgracia ajena.

Sólo deseo manifestar mi tristeza, la rabia y la impotencia ante lo que se podría haber evitado, si Haití hubiese tenido unas infraestructuras adecuadas, unas viviendas como en Japón, que resistan las embestidas de los movimientos sísmicos tan frecuentes en estos lugares del planeta.

Quizá dentro de la tragedia, sea una oportunidad de oro de hacer las cosas bien, de reconstruir el país tomando las medidas necesarias para impedir que lo que ha sucedido se vuelva a repetir, y, sobre todo contribuir al desarrollo económico y social del país más miserable del continente americano.

Ya es triste que haya tenido que ocurrir esta catástrofe para acordarnos de que Haití existe, y necesita ayuda.

martes, 12 de enero de 2010

LO QUE CUESTA ENERO



Ya doblada la esquina del año que hemos dejado atrás, pasado página de los grandes días de excesos, con el estómago atiborrado de marisco, turrones y mazapanes, el colesterol por las nubes y con más azúcar en sangre que si acabáramos de ver "Sonrisas y lágrimas", enero se presenta como un largo camino que hay que recorrer con los bolsillos escasos de fondos y la mirada puesta en tiempos mejores.

Hablando de tiempo, pero en este caso meteorológico, por estos lares hemos vivido unos días como no se recuerdan desde hace muchos inviernos.
El domingo día diez, los servicios meteorológicos alertaron de la posibilidad de que se produjeran nevadas en la mayor parte del país. En Madrid sobre las cinco de la tarde empezaron a caer, primero pequeños copos que, poco a poco, fueron aumentando de intensidad. Lo más sorprendente es que no dejó de nevar hasta la madrugada. Hacía mucho tiempo que no veíamos una nevada de semejantes proporciones, hasta el punto de suspenderse las clases en la Comunidad de Madrid, medida que yo no recuerdo que se hubiera tomado nunca en los años que llevo en la enseñanza. Lo mejor de todo es que se suspendieron las clases, pero los colegios debían permanecer abiertos, con lo cual, cada uno que se lo guisase y se lo comiese a su gusto. Conclusión: el caos más absoluto.
Muchos madrileños no pudieron llegar a su trabajo, bien porque no sabían qué hacer con los niños pensando que no habría colegio, bien por la imposibilidad de llegar a causa de las malas condiciones climatológicas que dificultaron el tráfico de modo superlativo. El aspecto de la ciudad era verdaderamente insólito, parecía como si la semana se hubiese empeñado en tener dos domingos.

Dentro de las incomodidades derivadas de la nieve, amaneció el lunes 11 un día espectacular. Uno de los más bellos que yo recuerdo. A las formas artísticas que fue dibujando la nieve sobre los árboles, los tejados de las casas, las farolas y los automóviles, se añadió la luz de un sol que, finalmente pudo sobre las nubes e impuso su presencia, creando un paisaje que nada tenía que envidiarle a ninguna postal navideña. Acabábamos de quitar el árbol y todo a nuestro alrededor parecía reclamar que volviéramos a ponerlo, como si ese tiempo de Navidad se resistiera a abandonarnos.

El sol duró sólo un día. Hoy llueve de nuevo en esta ciudad y, sobre el asfalto y las aceras, se amontona un caldo gris de lo que ayer fue blancura. Hoy ya los colegios han funcionado con normalidad y ya nos hemos puesto a dieta. Hay que perder como sea esos kilos de más. Además, ¿a quién le apetece el marisco, el turrón o el mazapán? Lo que más apetece es un buen plato de lentejas y tirar hacia adelante con lo que nos quede después de gastarnos lo que nos sobró de los gastos navideños en las rebajas.

Hay que reconocer que enero cuesta.

miércoles, 6 de enero de 2010

NOCHE DE REYES


Ana siempre ha sabido que esta noche no es como las demás.
Hace días que su padre y sus hermanos mayores le vienen diciendo que los pajes de los Reyes Magos andan por los tejados. Se dedican a espiar el comportamiento de los niños que, ahí abajo juegan, o llevan a cabo sus vidas ajenos a que sus acciones condicionen el hecho de recibir más o menos regalos, o de encontrarse al pie de la cama un trozo de carbón. De vez en cuando lanza miradas furtivas hacia el cielo por si descubre alguno, o por si la noche se presentará excesivamente fría para que los Magos y su séquito puedan llevar a cabo la misión que, desde hace muchos días, ella tanto espera.

La ventana que da hacia el Oriente arroja destellos de una luz azulona en la que ya se pueden ver algunas estrellas que, poco a poco irán encendiendo la noche, y servirán de ruta a la comitiva que pronto llegará. Desde el fondo del cesto de la ropa de planchar, Ana espera y siente un cosquilleo en el estómago, una emoción que le impide concentrarse en los juegos, porque le gusta saborearla a solas, así en cuclillas, dentro del cesto.

En cuanto se haga de noche sus hermanas mayores les darán la cena a los pequeños y les llevarán a la cama. Sus padres han salido, y no sabe a qué hora llegarán. Esta noche hay que portarse especialmente bien y acostarse temprano, pues los Reyes no entran en las casas donde haya niños despiertos. Su padre antes de irse dejó preparado sobre el aparador el plato con los turrones y las copas llenas de vino para invitar a los Reyes y hacerles más grato su cometido. Sabe de sobra que esa noche no va a pegar ojo, que se limitará a sentir el paso de las horas acurrucada dentro de la cama, y en algún momento, hasta creerá haber visto la barba de Melchor asomando por el resquicio de la puerta entrabierta que, le pidió por favor a su hermana que no cerrara. Desde esa posición revivirá mentalmente el viejo rito que su padre, una vez que se haga de día, les hará escenificar como todos los años: No podrán levantarse, ni bajar a la planta baja de la casa, hasta que él les llame. Una vez levantados, aseados y vestidos, cada uno de los ocho hermanos ocupará su posición en la fila ante la escalera, para cuando su padre decida al frente de ella, ir descendiendo escalón por escalón, hasta llegar al recibidor y después al salón, el lugar sagrado donde se encuentran, envueltos en sus cajas, los regalos.

Ana no sabe si le traerán aquello que ha pedido, o si, un año más, se equivocarán y en vez del piano que ella imaginó, le traerán uno mucho más pequeño que no sonará cómo esperaba. Lo que más le gusta son los mensajes que los Reyes le dejan escritos en las cajas, con esa letra picuda y bien trazada, que sólo puede salir de las manos de un Rey Mago. El suyo es Gaspar, el rubio, el que no suele ser el preferido de nadie, pero por esa misma razón es el que más quiere.

Un año más se ve frente a la escalera, ocupando el segundo lugar junto a su padre, pues es la penúltima de los hermanos, la pequeña de las chicas, y la fila se ordena de menor a mayor. Sabe que sentirá un cosquilleo especial en el estómago, bajando la escalera, escalón tras escalón y, en el fondo teme que llegue el momento, pues al llegar a los regalos ya no se sentirá igual, aunque le gusten los papeles de regalo y las cajas escritas con las letras de los Reyes, aunque vea en el aparador las copas vacías y el plato sin los turrones, porque tendrá que esperar todo un año para volver a vivir esa magia, para volver a sentir esa emoción.