LLueve al fin sobre esta ciudad sedienta, sucia y calada con su boina de humo gris. LLueve torrencialmente para lavar la piel adormecida de sus casas, de sus árboles, del asfalto duro y silencioso que el amanecer encontrará húmedo y brillante.
Noviembre se despide a última hora con lluvia. Un mes cada año más cálido en el que algunos insectos todavía sobreviven incrédulos. Agonizan en los parques las últimas glicinias y todo en la naturaleza se prepara para el silencio, la calma.
Hoy asoma el frío su cara esquiva al pisar la calle. El viento murmulla palabras que no quiero oír. Noviembre es un puente que une las esquinas del invierno. Se desmayan las hojas de los árboles y ejecutan en el aire su último baile antes de yacer en el suelo.
Un domingo más se termina, un noviembre más será arrancado del calendario y arrojado a la basura del tiempo que se ha ido. La lluvia se demora en el cristal y deja un reguero de gotas como lágrimas.
LLueve, aunque no lo suficiente, en este otoño áspero que, sin apenas transición, nos dejará en las garras del invierno.
Asoma ya diciembre y la obsesión por el consumo, adelantará la Navidad en las luces de las calles, en los comercios, en los anuncios, devolviéndonos un año más la engañosa promesa de una felicidad anticipada.
La lluvia borrará las huellas de mis pasos por el parque, mientras noviembre se despide, dejando el aire empapado de nostalgia.
El ser humano, desde tiempos remotos ha sentido una atracción irresistible de asomarse a los abismos, de ponerse a prueba, de situarse en el límite de sus posibilidades; de coquetear en definitiva con la muerte, esa desconocida que, más tarde o más temprano, nos será presentada.
Hace unos días estuve viendo THE BOX. Se trata de una película difícil de valorar: compleja, interesante y sobre todo inquietante. Precisamente es una pareja en apuros económicos la que decide asomarse a su propio abismo.
La película, bajo mi punto de vista, está muy bien dirigida por Richard Kelly y bien interpretada por una Cameron Díaz, que se sale de manera sobresaliente de sus registros habituales. Su compañero en el reparto, James Marden, no me impresionó tanto, pero tampoco desmerece con su actuación, la calidad del reparto.
Según iba avanzando la trama que, desde el primer minuto, despierta el interés del espectador, me vi envuelta en esa metáfora sutil de la existencia, en la que se expone en su máxima crudeza las contradicciones que cualquiera de nosotros podemos tener: Hasta qué punto somos suceptibles de ser comprados, hasta dónde somos capaces de llegar por dinero.
La película admite múltiples y variadas lecturas, pero en ella me pareció encontrar referencias evidentes al mito de Adán y Eva y su viaje alrededor de la tentación, (aunque la serpiente en este caso sea un personaje singular, quizá el más atractivo e inquietante de la película, interpretado por un soberbio Frank Langella) de su aproximación letal al abismo y su posterior expulsión del paraíso.
THE BOX invita a la reflexión, a analizar esa maquiavélica tendencia que tenemos los seres humanos a colocarnos en el filo de la navaja, a jugarnos el tipo, o una vida cómoda sin excesivos sobresaltos, para desafiar las leyes morales, las convenciones, o las costumbres que se consideran "normales", en aras de la aventura, del riesgo que, incluso puede llegar a la muerte, y que después, cuando ya es demasiado tarde, nos sobreviene el arrepentimiento, el remordimiento tardío por lo que hicimos mal, por lo que podríamos haber evitado.
La grandeza y el acierto de esta película es ofrecernos una mirada nueva sobre una realidad antigua: la condición humana.
Insistencia en el peligro clamores de horas difusas y en el interior, vehemencia.
Tiene la piel de anfibio el tiempo mudándose. No sé si fue ayer, o ahora cuando debo marcharme Si me dejaron vacía las lágrimas que derramé a oscuras, perdida entre tus brazos.
Si estamos en libertad condicional en el mismo lugar estancados.
Lenta se diluye la luz que fue tejiendo el día, el brillo de tus ojos me devuelve sólo incertidumbre.
Desde que en 1995, Daniel Goleman, escribió el libro que da título a esta entrada, se ábrió una puerta al estudio y a la investigación de ese mundo del que ni, nuestros padres, ni nuestros maestros nos habían hablado: el de las emociones.
Los hombres y mujeres de nuestra generación crecimos bajo la influencia oscurantista de la religión católica, que no hacía otra cosa que recordarnos que "La vida era un valle de lágrimas" y que aquí no habíams venido a otra cosa que a sufrir. Crecimos con el sentimiento de culpa anudado permanentemente a la garganta, debatiéndonos continuamente entre la busqueda de la felicidad y el placer, y los sentimientos de culpabilidad que aquello nos producía. Nadie nos había hablado nunca de la inutilidad de ese sufrimiento, nadie nos había enseñado a coger las riendas de nuestra propia vida manejando y controlando nuestras emociones.
Hace poco tiempo, me regalaron un libro, que al principio recibí con un poco de animadversión y desconfianza, le tengo un poco de alergia y aprensión a los libros denominados de autoayuda, pero el título me llamó la atención y decidí echarle un vistazo. Se llama precisamente "La inutilidad del sufrimiento" y está escrito con bastante rigor y de una manera muy amena por una psicóloga de orientación conductista,(aspecto que he deducido por la metodología que utiliza en el seguimiento de cada caso)llamada Mª Jesús Älava Reyes, que merece la pena leer. A lo largo del libro se esfuerza en desmontar la creencia, bajo su punto de vista errónea, de que el sufrimiento debe ir necesariamente ligado a realidades importantes de la vida, como el amor, la muerte, el trabajo, etc, y que entrenándonos de la manera correcta, todos y cada uno podemos ser capaces de controlar nuestras emociones negativas y evitar de ese modo, sufrimientos inútiles.
No es fácil reeducarse y conseguir ser los dueños de nuestras emociones, y no al contrario, que sean nuestras emociones las que nos controlen y se apoderen de nosotros. Pero lo interesante del libro, no es sólo la teoría, sino las estrategias y los métodos que se proponen para conseguir el objetivo final: que seamos capaces de vivir una existencia, no sometida a sufrimientos inútiles de toda índole, y que podamos descubrir nuestras habilidades, nada entrenadas a lo largo de nuestra vida, para vivir una existencia lo más feliz y armónica posible, y que esa felicidad y armonía, podamos a su vez, transmitirla a todos los que nos rodean.
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