sábado, 30 de mayo de 2009

DISCORDIAS


Lucrecia tiene una amiga que a menudo acude a ella para quejarse de su marido. Le dice que se ha equivocado de profesión, que en vez de haber sido abogado, debería haber sido médico forense, pues tiene la costumbre, en cuanto se ponen a discutir de cualquier tema relacionado con los problemas de su relación, de sacar los cadáveres del pasado, colocarlos encima de la mesa y comenzar a realizar la autopsia, pues entre los pliegues de la piel, en los intestinos, o en el anverso del hígado, hallará siempre algún motivo para culpabilizarla. Es bueno guardar en la trastienda algún fiambre en cámara frigorífica al que echar mano cuando nos quedamos sin argumentos para reconocer nuestros errores. Así de fácil y sencillo. La amiga de Lucrecia lleva varios años empantanada en una crisis de pareja en la que no alcanza a ver, ni el principio ni el final. Su marido no termina de aclararle si ha resuelto ya las dudas, o es que ha decidido mantenerla en una situación de indefinición en la que su amiga no sabe a qué atenerse y de este modo tenerla pendiente de él. Bajo su punto de vista ambos arrastan una relación sadomasoquista, basada en la desconfianza y la competividad. Se han pasado la vida jugando al ratón y al gato, enamorándose y desenamorándose de terceros en discordia, que casi siempre les han dejado mal parados. Su relación le recuerda a Elisabeth Taylor y Richard Burton en la película "Quién teme a Virginia Woolf" siempre peleando, pero incapaces de vivir el uno sin el otro. Cuando le cuenta algunas cosas, a su mente acude la imagen del cuadro de Goya en el que dos seres inmóviles, de rodillas uno frente a otro, se dan de mazazos tan sanamente el uno al otro. Casi como hacen los dos partidos políticos en nuestro país cuando se avecinan elecciones.

domingo, 24 de mayo de 2009

DESPEDIDAS





A lo largo de este mes de mayo, varias personas relacionadas con el mundo de la Cultura nos han dicho adiós. La primera fue la muerte de Antonio Vega. La suya fue una muerte más que anunciada, pero no por ello menos dramática. Era una persona demasiado joven aún para ocupar las esquelas de los periódicos de este país; aunque hay que reconocer que puso mucho empeño en que su marcha se produjese cuanto antes. Bajo mi punto de vista tenía mucho talento, sobre todo como compositor de canciones que tenían el poder de pararte a escucharlas con atención. Su voz tenía la suficiente personalidad para no ser confundida con ningún cantante salido de "Operación Triunfo". En especial me gustaba su modo de arrastrar las erres y de pronunciar las eles, como si las saborease, como si se tratase de una copa de vino moscatel.


Unos días más tarde era Carlos Castilla del Pino quien dejaba atrás una vida entregada al estudio y la investigación de las enfermedades mentales. Especialmente sus estudios sobre la Depresión han aportado mucho para mejorar la calidad de vida de estos enfermos. Su biografía estuvo marcada por el dolor y la pérdida de varios de sus hijos, pero aún así fue un ejemplo de lucha y superación personal.

Pocos días después era Mario Benedetti el que nos abandonaba. En esta ocasión se trataba de una excelente persona, de un poeta tierno y melancólico que vivió instalado en diferentes exilios, quizá el interior fuese la mayor parte de las veces el más doloroso. Como novelista, su obra "Primavera con una esquina rota" me parece de una belleza y de una ternura extraordinaria, pertenece a esa clase de libros que nunca te gustaría dejar de leer y que dejan una huella profunda en el alma. Desde aquí mi recuerdo y mi pensamiento para todos los uruguayos que han perdido a un ser maravilloso y una figura irremplazable para la cultura universal.

Desde estas páginas no quería dejar pasar la ocasión de rendirles mi particular homenaje y compartir con todos vosotros su pérdida, con la esperanza de que teniéndolos presentes sigan viviendo entre nosotros y su recuerdo permanezca.

sábado, 16 de mayo de 2009

AGUA





En contacto


con la piel del tiempo


llegaré hasta tu mano


a través del agua.


Cuando llegue a ti


el viento será como mi alma,


se enreddrá en tu pelo,


acariciará tu cara.


Se acercará tímidamente,


como un temblor


desde la distancia.

jueves, 7 de mayo de 2009

7 DE MAYO


Por más vueltas que le diese, Lucrecia nunca había llegado a comprender cómo, en los momentos más transcendentales de su vida, había asistido a esos acontecimientos de un modo extraño: como si en realidad aquello no le estuviese pasando a ella, como si fuera una actriz de reparto que estuviese representando un papel, del que al acabar la escena se iba a desembarazar casi sin esfuerzo.

Aquel día en que su hermana mayor murió en la aséptica habitación de un hospital, Lucrecia se vio envuelta en un torbellino de acontecimientos y sensaciones que escapaban a su control. Vio morir a su hermana sin que nada, ni nadie, pudiera impedirlo, como si hubiese existido un acuerdo tácito para que las cosas se desenvolviesen de aquella manera sin, por supuesto, haber contado con ella.

Su hemana mayor, con la que no se sentía especialmente unida, pero a la que admiraba desde niña, se moría. Se había sentido siempre deslumbrada por su inteligencia, por su independencia y su manera libre y poco convencional de vivir aquella existencia, que ahora se le antojaba tan breve. En los últimos meses se había ido apagando como una supernova, hasta convertirse en un vegetal. Y en aquellos momentos yacía en una cama, apurando los últimos instantes. Lucrecia no podía apartar la vista de sus brazos, idénticos a los suyos, pensando en que podía ser ella la que se encontrase en su lugar. Tuvo que ver la expresión en el rostro de su madre que, en aquel instante terminaba de comer, y no sabía qué hacer con una manzana. Divisar la figura de su padre al fondo del pasillo totalmente ajeno a lo que acababa de ocurrir. Pero ella en aquellos momentos no sentía nada ante esos familiares que empezaron a desfilar tan compungidos, como una actriz de reparto más, y no la protagonista; ni siquiera pudo llorar cuando su padre se derrumbó, ni cuando se la llevaron cubierta con una sábana en la camilla.

De todo esto han pasado muchos años, y en ese tiempo, casi ha logrado asimilar lo que ocurrió en aquel día de mayo. Ha podido derramar muchas lágrimas, y escuchar la música que a ella tanto le gustaba. Hizo un viaje a Londres para visitar su apartamento y los lugares que ella tanto amó. De vez en cuando se mira en el espejo y le devuelve la imagen de su hermana, como aquel día. Y la recuerda.

viernes, 1 de mayo de 2009

ACACIAS EN FLOR


No pudo resistir el impulso y levantó el brazo para cortar una rama. De modo instintivo se acercó las flores a la nariz y, de improviso, le vinieron de golpe aquellas tardes de mayo. Y vio la fila de acacias a ambos lados de su calle, las flores blancas con el perfume que ahora le devolvía una retahíla de recuerdos aprisionados en su memoria. Aquellas flores blancas que llamaban "Pan y quesillo" y que para cogerlas debían subirse unos encima de otros hasta alcanzar las ramas, o hacer equilibrios encaramados en alguna tapia.


En aquellos años la calle estaba todavía sin asfaltar, y los coches no podían de ningún modo resultar una amenaza para sus juegos: la pelota envenenada, policías y ladrones, el látigo y los que más le gustaban, los que realizaban sentados en la acera y en los que había contacto físico entre ellos: el teléfono, o los disparates. Era en esos juegos en los que los chicos aprovechaban para acercar sus labios hasta su oreja y, en ocasiones, hasta le rodeaban los hombros con sus brazos. Le pareció sentir aquellos escalofríos que le provocaban las manos de un chico bastante mayor que ella, cuando se sentaban debajo de las acacias y recorrían su cuerpo. Ella sentía una mezcla de sensaciones, no podía negar que le gustaba, pero a la vez, le parecía ver algo sucio en el comportamiento de aquel muchacho, del que todas las niñas del barrio hablaban entre susurros, en conversaciones que mantenían a salvo de los mayores. Y las tardes se prolongaban hasta el infinito, hasta que la raya roja del horizonte y la voz de su madre le anunciaban que era el momento de dejar los juegos y volver a casa.


Luego de noche en la oscuridad de su habitación, los aromas de la calle se mezclaban con las voces de los chiquillos, y junto con las manos de aquel chico que tanto le confundían, componían un carrusel de sensaciones encontradas. En ocasiones las emociones no le permitían dormir, y el miedo se agazapaba detrás de una luna tan fina y brillante como una uña de plata. Y deseaba que se hiciera de día y que llegara la hora de salir del colegio para encontrarse con su calle y sentir el aroma de las lilas, de las rosas, y el momento en que las madreselvas comenzasen a derramar en sus bocas aquel sabor tan dulce... Y el olor de las acacias en flor le recordaron una vez más que mayo había llegado.