
LLueve al fin sobre esta ciudad sedienta, sucia y calada con su boina de humo gris.
LLueve torrencialmente para lavar la piel adormecida de sus casas, de sus árboles, del asfalto duro y silencioso que el amanecer encontrará húmedo y brillante.
Noviembre se despide a última hora con lluvia. Un mes cada año más cálido en el que algunos insectos todavía sobreviven incrédulos. Agonizan en los parques las últimas glicinias y todo en la naturaleza se prepara para el silencio, la calma.
Hoy asoma el frío su cara esquiva al pisar la calle. El viento murmulla palabras que no quiero oír. Noviembre es un puente que une las esquinas del invierno. Se desmayan las hojas de los árboles y ejecutan en el aire su último baile antes de yacer en el suelo.
Un domingo más se termina, un noviembre más será arrancado del calendario y arrojado a la basura del tiempo que se ha ido. La lluvia se demora en el cristal y deja un reguero de gotas como lágrimas.
LLueve, aunque no lo suficiente, en este otoño áspero que, sin apenas transición, nos dejará en las garras del invierno.
Asoma ya diciembre y la obsesión por el consumo, adelantará la Navidad en las luces de las calles, en los comercios, en los anuncios, devolviéndonos un año más la engañosa promesa de una felicidad anticipada.
La lluvia borrará las huellas de mis pasos por el parque, mientras noviembre se despide, dejando el aire empapado de nostalgia.