
Hoy es un día de mayo. La mañana se viste y se desviste arrojando agua y sol a partes iguales. Mayo es así en esta parte del mundo, la inestabilidad atmosférica más absoluta repartida a lo largo de un mes. Amanece el día y sabes que puede llover, salir el sol, y que el cielo podrá cambiar su fisonomía innumerables veces en el transcurso de la jornada.
Cuando quiero recordar otros mayos irrumpen las lilas, las rosas mojadas por las lluvias intempestivas, las acacias en flor; la humedad en el aire o el sol que abriéndose paso entre las nubes nos devuelve la imagen de un mundo recién lavado. Como aquella mañana que desgrana la memoria cuando quiero evocar aquel tiempo que fue el principio de tantas cosas.
Entonces mi mundo, en el que me había tocado vivir y crecer y que yo misma me iba fabricando conforme a mis necesidades e ilusiones, se encontraba completo. En él todavía no faltaba nada, ni nadie.
Aquella mañana regresaba caminando a mi casa desde el centro escolar que me había correspondido como destino para realizar las prácticas de tercer curso de Magisterio. Había tenido la suerte de ir con mis mejores amigas de entonces y con el chico que me gustaba, con el que acababa de iniciar una relación.
Era una mañana azul de sol cálido, pero no agobiante. Recorría las calles que me acercaban a mi casa deteniendo la mirada en los jardines, en los árboles en flor, en las rosas y las madreselvas que se derramaban por encima de las tapias. No quería caminar demasiado deprisa, deseaba disfrutar del recorrido y de la libertad que me permitían mis veintipocos años. Me sentía en armonía conmigo misma, con mi vida, con el aire de la mañana y quería ser plenamente consciente de ese momento y que no se me olvidara.
Llegué a mi casa cerca del mediodía y allí me esperaba mi madre regando las plantas del patio y alabando la tibieza de la mañana. Me recibió con una mezcla de alborozo y ternura que denotaba que también ella se encontraba muy a gusto con su vida y el estado actual de las cosas. Entonces nuestro mundo estaba en orden, no faltaba nadie en el escenario de los días y el tiempo permitía concebir esperanzas de alegrías próximas, e ilusiones cercanas.
Permanecimos juntas, sentadas bajo las lilas hablando de nuestras cosas, regando las macetas, quitando hojas secas y plantando flores nuevas. Ella estaba tan feliz y yo tan contenta de estar allí compartiendo aquellos momentos en su compañía, que se nos pasó el tiempo muy rápido, hasta que las obligaciones y las rutinas del día se impusieron sobre la conversación y el canto de los pájaros.
Hoy esa mañana se me aparece de nuevo en la distancia del tiempo transcurrido y busco en el aire la presencia de aquel mayo, el aroma de las mismas flores que me puedan transmitir aquella antigua alegría, en un mundo recién lavado, en el que de improviso un barrido inesperado del cielo, me devuelva todo el azul.