viernes, 22 de abril de 2011

LA VIDA EN UN HILO




VIERNES 15, 02:15 A.M.

Casi en el duermevela, en esa frontera esquiva que separa la realidad del sueño, un sonido fuerte y seco le hace saltar de la cama y correr al cuarto de baño. En el suelo, boca arriba se encuentra su marido, los ojos en blanco, la cara sin color. La quietud inquietante del cuerpo derribado le provoca una subida de adrenalina que le impulsa a actuar con una rapidez que a ella misma le sorprende: le arroja agua fría a la cara, le levanta las piernas, le palpa el pulso en el cuello mientras oye los gritos de su hijo que llama a su padre una y otra vez, con la voz que forja la angustia cuando se mezcla con la impotencia.

-Llama al 112- le grita fuera de sí al muchacho. Se siente presa de una inquietud que le obnubila la mente, no sabe ya qué hacer.

Él ha abierto los ojos un momento y emite un ronquido fuerte y profundo que le hace temer lo peor, los ojos vuelven a cerrarse, ella se lo intenta impedir en todo momento.

El tiempo que transcurre hasta que llega la ambulancia no logra digerirlo, se le atraganta y le hace una bola en el estómago. No sabe ya qué siente, sólo desesperación y miedo. Miedo a perderle, a que se le vaya detrás de ese hilo frágil que conecta la vida con la muerte. Se ha dado un fuerte golpe en la cabeza, podría entrar en coma si le deja dormirse, lo único que él parece desear a toda costa.

Ahora él abre de nuevo los ojos y empieza a sacudirse en violentas arcadas. Con la ayuda de su hijo logran ponerle de lado para impedir que se ahogue. Al fin llega ese batallón de seres admirables vestidos de rojo y sólo verlos aparecer, hacen que el color vuelva a sus mejillas. Ahora ellos sabrán cómo actuar, tomarán las decisiones.

Acuerdan trasladarlo al hospital, se ha dado un fuerte golpe en la cabeza y ha vomitado, tendrán que hacerle pruebas...

Todavía no sabe cómo logra vestirse, coger algo de ropa para el hospital, no sabe cuánto tiempo durará la estancia, no sabe nada, se siente agitada, presa de la ansiedad.

Su hijo conduce el coche que sigue a la ambulancia, le sorprende su entereza, su serenidad de persona adulta que ha sabido sobreponerse a una situación cargada de angustia e incertidumbre. La ambulancia por momentos va demasiado despacio, o demasiado deprisa y ella no sabe por qué, si es porque está muy mal, o porque ya ha ocurrido lo peor. Piensa que no lo va a poder resistir, que se volverá loca.

Llegan al hospital y él desaparece en una camilla detrás de una puerta que ella no puede franquear, tendrán que esperar en la sala de Urgencias hasta que les llamen por los altavoces y les proporcionen alguna información. Son las tres y media de la madrugada.

Los asientos de la sala de espera son lo más incómodo en lo que ella recuerda haberse sentado, parece que estuvieran diseñados para acrecentar la incomodidad y la frialdad de esa sala inhóspita. Junto a ellos hay dos mujeres más con el miedo y la angustia pintada en la cara, les sirven de espejo en el que pueden descubrir sus mismas emociones. El tiempo parece que no pasa y no saben ya cómo ponerse, según avanza la noche la incertidumbre, el sueño y el cansancio les irán dejando sin fuerzas y abatidos.

A las siete de la mañana por fin les llaman y una doctora amable les barre de golpe el sufrimiento de la cara: las pruebas que le han realizado parece que descartan que se trate de algo grave, aún así conviene tenerle en observación y esperar el informe definitivo del escaner y la opinión del radiólogo. Al parecer el paciente ha sufrido un síncope vasovagal producido por una bajada brusca de tensión que le ha provocado una pérdida de consciencia responsable de la caída y la conmoción craneal sufrida. Afortunádmente el traumatismo no ha dañado ninguna zona importante del cerebro, así que lo más probable es que no tenga ninguna consecuencia relevante.

A la una del mediodía llega su hija a la que avisó de lo que le había ocurrido a su padre y que no perdió un segundo en coger un taxi para reunirse con ella en el hospital. Les anuncian que en pocos minutos podrán verle y saber si le ingresan o le dan el alta.

Atraviesa la puerta que accede a los boxes y recorre un pasillo. Un guardia de seguridad que la encuentra confundida y desorientada le indica con amabilidad el camino. De improviso, suena el móvil y se encuentra con su nombre en la pantalla, es él que la llama...Todo indica que podrán marcharse a casa.

Sin saber cómo le viene a la memoria un texto que escribió su hijo en el colegio con ocho años, la profesora la llamó para leérselo: "La vida es un hilo por el que descendemos creciendo..." Ella sólo desea que ese hilo no se rompa.

14 comentarios:

I. Robledo dijo...

Amiga, el texto tiene un ritmo tan trepidante que uno no puede parar de leer hasta llegar al fin... Y todo suena tremendamente real...

Es una pesadilla perfectamente posible, y esas son las peores pesadillas.

Un abrazo fuerte

Luis Antonio dijo...

No sé si es una pesadilla o una vivencia real, pero me ha conmovido y angustiado. Espero no vivir nunca una experiencia de esa guisa. Tengo muy claro y asumido que la vida depende de un hilo, pero dudo de mí a la hora de afrontar una situación tan dramática como la que has descrito

Un fuerte abrazo, Cristal

Doctor Krapp dijo...

Es muy real lo que has escrito y ocurre todos los días. La vida es un hilo pero como le pasa a los títeres debemos seguir viviendo al margen de lo que nos maneja y lo que nos aniquila.

Angie dijo...

En esos acontecimientos vitales tan cargados de incertidumbre y angustia, no entiendes que, mientras suceden, el tiempo no se pare, que todo siga. La vida misma, Cristal, que, de cuando en cuando, augura muerte.

Unknown dijo...

Opino lo mismo, la vida es un hilo. Procuro tenerlo en cuenta porque de esa manera vivo más consciente del presente y disfruto cada momento que paso con los míos, familia y amigos.

Has escrito un relato en primera persona, directo y real. Espero que sea eso, un buen relato que nos recuerda valorar la vida y no una dramática experiencia.

Un abrazo,

Darthpitufina dijo...

Qué experiencia, un texto tan cercano que da la sensación de estar viviéndolo... Espero que seas una magnífica escritora y no hayas tenido que pasar por algo así.

Un besazo!

Edito-e dijo...

Buf, imagínate cómo me he quedado al leerlo. Ya ha pasado :D
Menudo poeta el niño!!

Novicia Dalila dijo...

¡¡Qué triste y qué real lo que has escrito, Cristal¡¡¡ Yo he vivido un par de situaciones muy similares a la que cuenta tu historia y fueron tal cual... En urgencias los minutos se hacen eternos y es una tortura intentar no distraer el oído para estar pendiente de que el altavoz diga su nombre....
Me ha gustado mucho, Cristal. Y me ha dado una pena muy grande también.

Un beso fuerte

cristal dijo...

Muchas gracias a TODOS por haberos pasado por aquí y dejado vuestros comentarios.

Siento el impacto que os haya podido causar este texto, pero necesitaba escribirlo.

Voy a tomarme un tiempo de descanso de esos que yo necesito de vez en cuando.

Un FUERTE ABRAZO.

Antonio Martín Bardán dijo...

Descansa, amiga, vuelve a tu ser. Ojalá nunca más tengas que escribir relatos como éste.

Un abrazo, Cristal.

cristal00k dijo...

Pues vaya susto, Tocaya. Espero que tu descanso te ayude a olvidar esos malos momentos.
Un fuerte abrazo y hasta siempre.

Darthpitufina dijo...

Se te echa de menos!! ¿Cuándo vuelves?? Besines

Angie dijo...

Cristal, te atraigo un abrazo fuerte fuerte y besos, muchos besos.

¡Escríbenos algo... que te echamos mucho de menos...!!!!

Más abrazos y besos.

cristal dijo...

Angie, amiga...,gracias por tus palabras.

Al fin me he animado a publicar una entrada como podrás comprobar.

He pasado por tu blog, pero San Google, o San Blogspot, no me permiten dejarte un comentario a tu magnífica reseña sobre la obra "Los veraneantes", asi que desde aquí te comento que me han entrado unas ganas enormes de verla, aunque ya creo que la han retirado del cartel. Una pena no haberlo sabido antes.

Un abrazo bien grande para ti, Angie.